Tuve una adolescencia desorganizada, con mi habitación eternamente patas para arriba y con la mochila siempre un papelerío inentendible. De adulta, pasó algo. La adultez, quizás.
Soy metódica al punto que cualquier cambio en el itinerario me descoloca. Mi necesidad de control absoluto a veces logra que ya no disfrute el momento, anticipando la hora a la que tengo que despertar o la ruta que pensaba recorrer para llegar justo a todos los lugares de mi trajín diario.
Todos los días antes de dormir anoto mis tareas para el día siguiente. Si no tengo el celular a mano, no duermo bien, porque de madrugada me atacan los monstruos del olvido, los que me susurran al oído en sueños que, si algo no está anotado, podría no hacerse.
En tiempos de pandemia, mi felicidad se mide en checks en la lista que nunca se termina. Porque de alguna forma, mi único modo de supervivencia en todo este caos es haciendo una cosa a la vez, y de ahí a lo próximo que está anotado.
No me pidas que te hable del mes (ni qué decir) del año que viene, porque no sé. Solo sé que hoy tengo que completar estas doce tareas en orden antes de las seis de la tarde.
Ser freelance de toda la vida también me obligó a ser así. Sin jefe que me respire al cuello, la que tiene que exigirse soy yo. Si yo no hago por mí, no trabajo, no produzco, no cumplo mis metas, no llego a mis sueños. Simple. Pero cansador.
Hoy en día nos medimos con la vara de la productividad, como si fuese que lo más valioso de esta vida es estar ocupados todo el tiempo. Me encantaría aprender a desocuparme, a no pensar milimétricamente cada minuto de mi día, a dormir una siesta, a dejar de lado el celular, a despertarme sin culpa un lunes a las 10 de la mañana alguna vez.
A las 22:34 del miércoles, cansada, con dolor de ojos y anotando desde ya mis pendientes de mañana mientras termino este post, solo escribo para no olvidarme: La productividad no equivale a felicidad.
Pan de manzana y granola Imprimir
10 mins
30 mins
40 mins
- Dos tazas de avena sin gluten
- Tres manzanas
- Dos huevos
- Media taza de granola sin gluten
- Una cuchara de polvo de hornear
- Una cuchara de canela
- Una cucharita de jengibre en polvo (o nuez moscada)
- 1/3 taza de miel
- Una cucharita de esencia de vainilla
Para el crumble de arriba
- 1/3 taza de granola sin gluten
- ¼ taza de azúcar de coco
- Rallar o cortar las manzanas en cubitos pequeños.
- Licuar o procesar con mixer las manzanas, miel, huevos, polvo de hornear, canela, jengibre y esencia de vainilla.
- Agregar la avena y licuar hasta obtener una mezcla más o menos homogénea. Por último agregar la granola y mezclar con una cuchara, para darle un poco de textura.
- Precalentar el horno a 180 grados. Mientras tanto, mezclar en un bowl el azúcar de coco con la granola.
- Colocar la masa en un recipiente o budinera aceitado. Espolvorear la mezcla de granola y azúcar por encima y hornear aproximadamente 30 minutos, o hasta que al introducir un escarbadiente al medio, éste salga limpio.
- Esperar a que se enfríe para desmoldar. Queda riquísimo con yogur griego o queso crema y un poco de miel.