Tarta de cualquier verdura

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Nos mudamos a la oficina. Estamos haciendo un esfuerzo por no llamarle más así.

Conocí la oficina cuando recién empezaba a salir con Juan, a los 18 años. Un lugar antiguo y polvoriento, olvidado hace un par de décadas, donde alguna vez funcionó el estudio de arquitectura del tan extrañado Chiquitín, su papá. Las habitaciones de arriba estaban alfombradas, y los viejos muebles contenían papeles amarillentos, máquinas de fax y otros aparatos obsoletos.

Cuando terminábamos de adolecer, Juan robaba las llaves para irnos a esconder a hacer las cosas que no podíamos hacer en casa de nuestros padres. Un nido de amor, en pocas palabras.

Nunca voy a olvidar una noche muy fría, donde el viento se escabullía bajo la puerta y no había abrigo que nos contenga. No había camas en ese lugar, estaba prácticamente vacío, pero nosotros inventamos una suerte de cama usando una goma espuma aislante de sonido. Esa noche tuvimos tanto, tanto frío, que revolviendo la casa en busca de cobijo, encontramos unos grandes planos que se convirtieron en el edredón más caliente del mundo.

Años después, abandonamos la oficina hasta que se convirtió en el lugar de trabajo de Juan. Me acuerdo irnos a pintar, a colocar las mesas, y a empezar con él otro paso en su vida laboral. Ahí nos juntamos a pintar casettes para el nuevo disco de Ripe, cantamos 2 minutos en el patio, bailamos apretujados en el día de la amistad, y pintamos las paredes con Kimberley y otros amigos.

La agencia creció, y la oficina volvió a quedarse sola. Ahora sí por tiempo indefinido.

El pasar de ese tiempo hizo lo suyo. La humedad se apoderó de las paredes, el kupi’i se extendió por las vigas de madera y ese hermoso lugar quedó olvidado, aunque nunca dejamos de soñar con alguna vez hacer nuestro hogar allí.

Es la tercera vez que hablamos de ir. Primero, cuando recién nos casamos, aunque pronto nos dimos cuenta que el sueño nos quedaba grande. Luego, después de una gran inundación en una de nuestras casas, donde terminamos viviendo “temporalmente” en lo de mi mamá durante casi un año y medio. Hoy, 10 años después, por fin es el día.

No sé si creo en el destino y esas cosas, pero sí siento que ahora recién se alineó todo como para volver a nuestro primer nido de amor. Tengo miedo, pero también tengo el corazón lleno de buenas intenciones y ganas de empezar un nuevo capítulo de nuestra historia.

P.D. Esta es la masa de tarta casera más fácil, rápida y rica que conozco; ideal para que uses todas las verduras que tenéis a punto de descomponerse en la heladera. ¡Que disfrutes!

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Tiempo de preparación
20 mins
Tiempo de cocción
30 mins
Tiempo total
50 mins
Precio: $
Dificultad: Facilísimo
Porciones: Dos tartas medianas (sin tapa)
Ingredientes:

Para la masa

  • 3 tazas de harina común
  • Un huevo
  • 50 gr de manteca a termperatura ambiente
  • ¼ taza de leche helada
  • Una cucharita de sal

Para el relleno

  • Un huevo
  • Dos cucharas soperas de queso crema
  • Dos tazas de cualquier verdura cortada
  • 50 gr de queso muzarella o el que tengas
¿Qué hago?
  1. Para la masa, colocar todos los ingredientes en un bol y mezclarlos con la mano hasta que unan y quede una masa lisa. Yo use mi Kitchenaid, pero podés hacer a mano en un ratito. Dejar descansar la masa en la heladera mientras preparás el relleno.
  2. Picar todas las verduras. Cocinar en una sartén con un poquito de aceite hasta que se ablanden y se doren un poco. Condimentar a gusto.
  3. Mezclar en un bol las verduras, el queso, queso crema y huevo hasta integrar.
  4. Estirar la masa sobre una tartera. Agregar el relleno y cocinar media hora a 180 grados o hasta que los bordes se doren. ¡Listo!

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