Pararme al lado de la cocina esperando las empanadas de dulce de guayaba y pireca en lo de mi Tía Teresa es una memoria borrosa que a veces pienso que inventé. Me acuerdo de la habitación iluminada por fluorescente y el sonido de la tele de fondo mientras el manjar de los dioses se terminaba de freír en el aceite violentamente caliente. Quemarme los dedos pero que no importe, con tal de disfrutar la pireca en su momento de mayor esplendor.
Su casa era mi segunda casa, así como ella es mi segunda mamá. Ahí aprendí a andar en bici, tuve mi primera computadora y rompí en la vereda mi alcancía chanchito de Cerro Porteño.
Pasábamos todas las tardes después del colegio ahí. Como mi mamá y ella tenían un negocio a media cuadra, su casa era mi casa hasta la hora del cierre. Ahora paso enfrente y la construcción original ya no existe, pero las veredas cuadriculadas y la sensación de hogar siguen ahí, como paradas en el tiempo para siempre.
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10 min
10 min
30 min
- Dos tazas de harina común
- Una cucharita de polvo de hornear
- Una pizca de sal
- Un huevo
- Cuatro cucharas de aceite neutro
- Agua tibia c/n (poquito)
- Aceite para freír c/n
- Azúcar blanca
- Colocar la harina, polvo de hornear y sal en un bol y mezclar bien. Hacer un hueco en el medio y agregar el aceite y el huevo.
- Mezclar con las manos hasta unir. Agregar agua tibia de a cucharas si hace falta para que la masa quede unida y lisa.
- Amasar unos minutos hasta obtener una textura suave. Dejar reposar 10 minutos.
- Formar pequeñas bolitas con las manos mientras se calienta el aceite en una olla. Aplastar y hacer un pequeño agujero en el medio.
- Freír las pirecas en el aceite y una vez doradas, retirar del fuego y colocar en una rejilla o sobre papel absorbente. Cuando están calientes aún, rociar con un poco de azúcar.