Febrero. Si todavía no empezó el año, es hora. Estas saludables y deliciosas galletitas repletas de almendras, semillas de girasol y quinoa son la excusa perfecta para despedirse de las vacaciones y empezar a cranear cómo cumplir con todo lo prometido el último día del año pasado.
Terminé el 2018 un desastre emocional; agotada, peleada con todas mis amigas, abarrotada de trabajo y con ansias por la llegada del 2019. También, por momentos, con ganas de dormir de corrido hasta el 2020.
El simbolismo con el que cargamos al cambio de año es tan fuerte que aunque no signifique realmente nada, la presión se siente en la boca del estómago. El 1 de enero es una supuesta posibilidad de empezar de cero, entonces nos llenamos de metas, expectativas, promesas, todo con tal de dejar atrás el año que pasó.
Este comienzo de año entendí un poco las supersticiones del 31 y por las dudas comí las doce uvas, engullí lentejas, tiré agua a la calle, y todas las tradiciones que siempre miré reacia cuando pasaba Año Nuevo con los grandes en lo de mi mamá.
Al final, la posibilidad de que cualquiera de esas tradiciones absurdas traiga buenas energías, aunque sea un cambio interno de actitud, era suficiente para correr como tarada por la cuadra con una valija en San Bernardino.
No estoy diciendo que el 2018 fue un mal año, pero sí fue el más difícil de mi vida. Aunque me convertí en madre y encontré estabilidad emocional en el trabajo, a la vez estuve más sola, insegura y conflictuada que nunca antes.
Quizás en esos altibajos está el secreto y al final son esos los años verdaderamente memorables. Y los años neutros o regulares quedan perdidos en el recuerdo en una carpeta de fotos intrascendentes en una computadora que termina fundiéndose.
Este 31 de diciembre dormí tempranísimo y no fue la gran farra que pensé que sería. Pero por lo menos no estuve embarazada de 38 semanas expectante de un inminente parto sin comer harinas como el año pasado. Y estuve rodeada de Juanma y mis mejores amigos comiendo rico. Mejor que el 2017, sin lugar a dudas.
Gracias por empezar un año más conmigo, se vienen tantas cosas buenas que sí, me animo a decir, creo que éste es mi año. Y si no, a comer el doble de uvas para el 2020.
Galletitas fit de quinoa y almendras Imprimir
10 mins
12 mins
22 mins
- ⅓ de taza de almendras
- ¼ de taza de semillas de girasol
- 1 taza de avena instantánea
- ¼ de taza de quinoa (sin cocinar)
- 1 cucharita de canela
- Un poco de nuez moscada recién rallada (o media cucharita de la rallada)
- 1 huevo
- 1 cuchara sopera de miel
- 3 cucharas soperas de yogurt natural
- Una cuchara sopera de agua
- Endulzante a gusto (una cucharita para empezar)
- Precalentar el horno a 180 grados. Picar sólo un poco las almendras y semillas.
- Mezclar en un bowl las almendras, semillas, avena, quinoa, canela y nuez moscada.
- En otro recipiente, separar el huevo y batir solo la clara hasta que quede blanca y espumosa. Reservar la yema aparte. Mientras más batida la clara, mejor textura tendrán las galletitas.
- Agregar al bowl de los secos el yogurt, agua, endulzante y miel. Mezclar bien.
- Por último añadir la clara de huevo sin revolver demasiado rápido. La paciencia es clave.
- Dejar que la masa descanse por 15-30 minutos en la heladera.
- Armar pequeñas bolitas y colocar sobre una plaza para horno con papel manteca y un poco de aceite en spray. Pintar cada galletita con la yema para darle brillo.
- Cocinar durante 12 minutos o hasta que los bordes empiecen a dorarse. Dejar enfriar completamente antes de consumir.
