La soledad en la lactancia es algo de lo que nadie me habló nunca. Seis meses después (parece tan poco pero tanto a la vez) miro atrás y me sorprendo y enorgullezco del camino que recorrí. A veces uno tiene que alejarse y mirar desde afuera su vida y sus recuerdos para apreciarse y darse el crédito que se merece. Hoy me pareció un lindo día para hacer justamente eso.
Antes de que nazca Awi jamás imaginé que llegaría al año de lactancia. Nunca me consideré una persona maternal ni había alzado muchos bebés hasta que tuve a la mía en brazos.
Nació mi hija y no nació súbitamente un instinto maternal. Y lloré. Y lloré. Y lloré. Y un día, dejé de llorar. Y el cielo se puso un poco menos gris.
Recuerdo esos días de brotes de crecimiento, donde el llanto era el único soundtrack de mi vacía casa, donde mis tetas no daban más, donde yo no sabía qué hacía, dónde estaba, si sobreviviría a tal suplicio. Por suerte del sonido del sacaleches ya me olvidé. Trauma superado.
Recuerdo mirarme al espejo, con esas nuevas tetas disparejas, con los pezones negros, grandes, dibujados por un extraño que me arrebató la juventud, la libertad y los pechos rosaditos y parados. Noches y madrugadas de rodaje conectada al sacaleche del auto, manejando a casa con los pechos inchados, el corpiño a medio poner, parada en el semáforo rogando en mis adentros que nadie me vea.
Me acuerdo salir a tomar una cerveza y que gente extraña me pregunte, “¿cómo hacés con tu leche?” y solamente sentirme una mierda, una mala madre, solamente bajar la cabeza y tirar una excusa ante esas palabras que tras la curiosidad albergaban solamente juicio.
La primera vez que dejé a Awi en lo de mi mamá toda la noche, yo, suelta como caballo loco me fui a San Bernardino con Juanma, para ser nosotros un ratito. Y recuerdo después de una noche de olvidar todo, despertarme a la mañana siguiente sin mi hija pero todavía atrapada por ella, con el colchón mojado, las tetas duras y el alma por el piso. Porque pensé que nunca más sería libre. Mis tetas no lo iban a permitir nunca de los jamases.
Miro fotos nuestras con Awi y no puedo creer que un año estuvimos conectadas, siendo una, por lo menos un tercio del día. Y por un segundo extraño eso. Pero después le miro mejor, me miro mejor, y veo que recorrimos ese viaje juntas el tiempo que pudimos, y lo hicimos con más amor del que imaginé tener dentro mío.
Mi intención hoy no es decir que la lactancia es solamente un infierno. Es justamente, para que quien esté transitando esos bosques oscuros, sepa que no está sola, que no es fácil, que sentirse atrapada es normal, que no sentir solo felicidad es lo real. Pero sobre todo, que no está sola.
Al final, hasta en sus peores momentos, vale la pena. Feliz semana mundial de la lactancia, madres fuertes, poderosas, humanas, invencibles. Están haciendo lo mejor que pueden, y eso es más que suficiente.
Granola de banana Imprimir
5 mins
10 mins
15 mins
- 2 bananas bien maduras
- Tres cucharas soperas de mantequilla de maní
- 1 cuchara sopera de canela
- Una cucharita de nuez moscada
- 3 tazas de avena
- 1 taza de frutos secos y semillas (almendras, maní, nueces, semillas de girasol, de calabaza, etc.)
- Una cucharita de stevia
- Precalentar el horno a 160 grados.
- Pisar las bananas con un tenedor en un bowl. Agregar la mantequilla de maní, stevia, canela y nuez moscada y mezclar bien.
- Agregar la avena y revolver hasta integrar. Por último, agregar los frutos secos y semillas picados y mezclar.
- Dividir la preparación en dos y colocar en dos placas para horno apenas aceitadas, de esta forma se logra una cocción más rápida y uniforme. Cocinar durante cinco minutos y revolver con una espátula para que se dore de manera pareja.
- Cocinar cinco minutos más y retirar del horno una ve que haya tomado un color tostado. Dejar enfriar. Guardar en frascos herméticos y disfrutar con yogurt o sola como un snack.