Arena blanca, mar turbio, aroma a camarones recién fritos y churro recién recheado, caipirinha que suda, samba a la distancia. Cerveja, sorvechi, Brasiu.
Hace más de una década, Juanma y yo manejamos hasta Brasil por primera vez; jóvenes, libres e inocentes. Sándwich de mila, sin GPS, música en Ipod conectado al auto por cable, unas bolsas de Fandangos y tereré helado. El sueño de nuestras vidas. Independencia.
Mitad del camino: Laranjeiras do Sul. Ventanas abiertas, velocidad aproximada de 90 kilómetros por hora. Una abeja se mete al auto y va directo a picar con saña el cuello a Juanma. Él siguió manejando, rascándose las manos cada tanto, diciéndome que se sentía raro. Yo, conociéndole, no le creí nada. Seguro estaba exagerando.
Insistía en que se sentía raro. Paramos. Nos bajamos y me muestra una pelota de tenis de inflamación en una de sus axilas. Algo no estaba bien. Juan era alérgico, muy alérgico a las abejas y no sabía.
A unos kilómetros, encontramos un precario centro de salud. Tras aplicarle un antialérgico, el doctor de guardia advierte que Juanma ya no podría manejar. Lo que no advirtió es que yo manejaría las siguientes cuatro horas al lado de un ser que alucinaría, hablaría solo y miraría el vacío con la mirada perdida y la boca entreabierta.
Creo que nunca fui tan feliz de llegar a destino. Al día siguiente, Juanma recuperó sus cabales. Pero nuestra odisea santacatarinense recién había empezado.
Ese año alquilamos un departamento sin ver fotos antes. Sí, cosas del 2000, inimaginables hoy en día. Desde afuera, un edificio un poco gris, un poco viejo, un poco con olor a aceite de soja, altísimo, a dos cuadras (eternas) de la playa.
Abro con emoción la puerta de nuestro nido de amor. Me aplasta la decepción. 2×2. Puerta. Cucha. Heladera. Microondas. Canilla. Eso era todo.
Las paredes estaban chorreadas de pintura, el piso cubierto de polvo y telarañas y el baño, ay, no sé cómo describir el baño. El espejo casi negro, manchado por años y años de no limpiarse. La ducha, estratégicamente colocada encima del wáter con azulejos mezcla de verde musgo y el celeste de las camionetas de la ANDE. Y cucarachitas. Sí.
Aire acondicionado, por supuesto que no había. Ventilador, tampoco. La única ventanita daba directo al Cristo que iluminaba la habitación de noche como un boliche turbio de la peatonal.
Las noches incluían una ducha helada y dos kilos de repelente para soportar el calor y la comezón de los mosquitos amazónicos que nos comían las piernas.
La caipirinha no la pude preparar ya que no teníamos balcón, mesa, silla, ni siquiera un vaso para disfrutarla. La que tomé en la peatonal atestada de turistas argentinos bailando cumbia me cayó tan mal que vomité dentro de una bolsa en el auto.
No recuerdo muchos detalles más de esas vacaciones. Suena a una pesadilla, pero es uno de los viajes que más atesoro en nuestra historia personal. Hasta hoy, tomar caipirinha me recuerda que las tragedias de un momento se convierten a veces en los recuerdos más atesorados después de los años.
¡Salud por las vacaciones enquilombadas!
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5 mins
5 mins
Caipirinha clásica
- Un limón y medio
- Dos cucharas soperas de azúcar morena
- 50 ml de cachaça
- Mucho hielo
Caipirinha de guayaba y naranja
- Media naranja
- Media guayaba
- Dos cucharas soperas de azúcar blanca
- 50 ml de cachaça
- Mucho hielo
Caipirinha de mango y piña
- Un mango
- Un pedazo de piña
- Una cuchara de azúcar morena
- Dos cucharas de miel negra
- 50 ml de cachaça
- Mucho hielo
- Para la caipirinha tradicional, cortar los limones en cuartos y retirar la parte blanca del medio. Colocar en un vaso corto con el azúcar y pisar con un mortero para macerar el jugo de limón con el azúcar.
- Agregar 50 ml de cachaça y hielo hasta llegar al tope del vaso. Mezclar en un mixer o con una cuchara. Agregar más hielo y disfrutar.
- Para la caipirinha de guayaba, cortar la naranja en gajos y la guayaba en cubitos. Colocar en un vaso corto con el azúcar y la miel y pisar con el mortero.
- Agregar 50 ml de cachaça y hielo. Mezclar bien y agregar más hielo si fuese necesario.
- Para la caipirinha de mango, licuar un mango con un poco de agua hasta obtener jugo. Colocar la piña cortada en cubitos con el jugo y el azúcar en un vaso corto. Pisar con un mortero para macerar los jugos con el azúcar.
- Agregar 50 ml de cachaça y hielo hasta llegar al tope del vaso. Mezclar en un mixer o con una cuchara. Agregar más hielo y disfrutar.