Palitos salados; el oro ku`i de la experiencia despensera noventosa.
Colocados estratégicamente en la caja, cerca de los chicles bolín bola y las figuritas de Caballeros del Zodiaco, esa bolsita transparente sin marca rellena de pedacitos de aceitosa masa frita era la razón de mi existir.
Habré tenido siete, ocho años la primera vez que fui caminando sola hasta el almacén de la esquina de mi entonces casa, con un billete de quinientos guaraníes doblado en el puño y la idea fija de unos palitos salados.
De repente, se me cruza enfrente un pastor alemán de porte luisón, una bestia feroz que solo atinó a saltar violentamente y colocar sus dos patas delanteras sobre mis hombros y ladrarme a los gritos. Yo, tiesa, imaginando ser devorada por ese animal sediento de sangre.
Mi próximo recuerdo es ya caída sobre la vereda cuadriculada, suplicando piedad a los gritos y el perro, más asustado que yo, corrió de vuelta a la casa de los vecinos. Desde aquel día, cada vez que iba a la despensa, miraba sigilosamente por la ventana antes de salir, temerosa de encontrarme con ese perro policía, vigilante de veredas, asesino serial de niños que caminan solos por la siesta.
Probé un palito salado hoy y me acordé de aquel perro, de aquella casa, de la sensación de estar de vacaciones y que los días sean eternos.
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- Una taza de harina 000
- Una cucharita de polvo de hornear
- Una cuchara sopera de aceite común
- Una cucharita de azúcar
- Media cucharita de sal
- 1/3 de taza de agua tibia
- Colocar todos los ingredientes en un bol y mezclar con las manos hasta obtener una masa suave, que no se pegue a las manos.
- Estirar la masa con un palote y cortar en rectángulos, y luego en bastoncitos pequeños.
- Calentar aceite en una sartén y freír los palitos en tandas pequeñas hasta que se doren.
- Colocar sobre una rejilla o papel absorbente y disfrutar como cuando tenías 8.