Las torrijas, parientes españolas de las tostadas francesas, nacen, como todas las grandes recetas, en varios lugares y momentos en simultáneo. Se lee sobre ellas en la Antigua Roma, en la Edad Media, y a lo largo de la literatura castellana.
Versiones existen en Francia, Alemania y por acá más cerca también. Fueron alimento para las madres lactantes, estrellas del banquete de Semana Santa catalán y hoy viajan por el mundo, evolucionando y adecuándose a los ingredientes, gustos y tradiciones de cada región.
Alguna vez no tuvieron leche ni huevos; hasta se hacían con vino. Cuando los ingredientes escaseaban, eran lujo de pocos. Con el tiempo, llegaron a la cocina de las casas, convirtiéndose en delicias de cualquier miércoles antojado.
Las torrijas nos enseñan que a veces, con pocos y sencillos ingredientes, podemos cambiar la historia. Nos muestran que la comida no se tira, porque el pan de ayer es la estrella de hoy. Predican con su dulce sabor acanelado que la gastronomía nunca es estática, sino un constante y eterno reinventar.
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- Tres rodajas de pan (mejor si no es nuevo)
- Una taza de leche
- Una rama de canela
- Dos trozos de cáscara de naranja
- Opcional: Una medida de Anís de Mono o algún licor que te guste
- Dos cucharas soperas de azúcar
- Dos huevos
- Aceite para freír
- Azúcar y canela, para espolvorear por encima
- Poner la leche, canela, cáscara de naranja, azúcar y Anís en una olla pequeña. Llevar a fuego bajo hasta que empiece a hervir. Apagar el fuego y dejar reposar 10 minutos. Colar.
- Colocar las rodajas de pan sin encimar en un plato hondo. Verter la leche sobre los panes.
- Mientras tanto, batir los huevos y calentar una sartén con aceite.
- Con cuidado, sumergir cada rodaja de pan en el huevo y cocinar 5 minutos de cada lado en el aceite caliente, hasta que queden bien doradas.
- Retirar del fuego y espolvorear con una mezcla de azúcar y canela, o agregar miel si te gusta.