Levantarse con el primer rayo del sol, ponerse la malla e ir caminando una cuadra hasta la padaria a comprar pan francés de corteza crocante y pao de queijo calentito es un recuerdo eterno de mi infancia. Ese yogurt brasilero cremoso, las frutas frescas y llenas de vida, la manteca derritiéndose sobre el pan recién horneado. Ese es el Brasil que quiero guardar en mis recuerdos para siempre.
Para mi familia, vacaciones siempre significó Brasil en auto, con mi tía y mi mamá, aventureras e independientes, manejando por turno 18 horas hasta llegar a destino. Siempre pienso que si soy valé es porque me crié con ellas dos, que se llevaban todo por delante, sin miedo a nada.
La aventura de viajar en auto empezaba siempre la noche antes, con la preparación de sándwiches de milanesa y jamón y queso de a docena. Tan ricos eran esos sándwiches que a veces antes de llegar a Ciudad del Este se esfumaban ante mis ojos.
Yo tenía dos tareas una vez en camino; autodesignada DJ oficial del viaje (a veces me dejaban poner Metallica y Ramones, otras escuchábamos Bee Gees y Laura Pausini a pedido de mi mamá) y copilota de atrás. O sea, me sentaba atrás, pero leía en voz alta todos y cada uno de los carteles que pasábamos en la ruta.
En medio del camino, nuestra queja constante era que mi Tía Teresa quería parar en cada puesto que veía para comprar diez kilos de piña por 20 reales, artesanías indígenas, coixinhas, o cualquier otra novedad carioca que haya por comprar. Otro clásico era perdernos, pelearnos entre todos en el auto, que alguien se baje y diga que se iba a quedar ahí, y que pronto vuelva y sigamos camino como si nada hubiese pasado.
Siempre pienso que tuve una infancia feliz con tropiezos infelices. Igual hoy estoy intentando hacer un post positivo y no pensar en recuerdos ni presentes tristes, aunque admito me cuesta un poco y me cuesta un poco más no poder contar por qué. Pero no estoy lista todavía.
Mis primeras vacaciones posparto están a menos de una semana. Quizás van a ser vacaciones que Awi no recuerde demasiado vívidamente en su adultez, pero ojalá sea el comienzo de una nueva historia familiar aventurera.
Mientras tanto, les dejo esta receta de pao de queijo skinny con todo el sabor del agua de mar y sol de Brasil y muchísima menos grasa y calorías.
¡Tchau, amigos! ¡Vou embora!
Pao de queijo skinny Imprimir
5 mins
15 mins
20 mins
- Una taza de leche descremada
- Dos cucharas de aceite de oliva
- Una taza de queso descremado
- Dos huevos
- 3 tazas de almidón de mandioca
- Una cuchara sopera de chía
- Una cucharita de sal
- Precalentar el horno a 180 grados. Rallar el queso.
- Colocar todos los ingredientes en la licuadora y licuar por dos minutos hasta que se integren por completo.
- Servir la mezcla en moldes para muffins apenas aceitados y cocinar en el horno por 15-20 minutos hasta que los panes empiecen a dorarse.
- Retirar del horno y dejar que se enfríen solo un poco antes de disfrutar.
