Yo era la persona que daba vuelta los ojos al ver un niño subirse al avión en brazos de una madre desesperada. Yo fui la que miró con desdén a la mujer que ya no sabía qué hacer con su hijo berrinchudo en el supermercado. Yo maldije en mi interior cuando esa amiga no tenía con quien dejar a su hijo y lo llevó a la reunión.
Los hijos te enseñan muchas cosas. Yo sin darme cuenta aprendí empatía.
La mamá del súper es siempre mi ejemplo favorito. Porque a veces un choque brusco de realidad es lo único que puede bajarnos de nuestra silla alta de moralidad.
“Dios mío, que malcriado. ¿Cómo no le sabe enseñar? Que mala madre, que vergüenza” pensé en mi interior más veces de lo que quiero admitir, y aunque nunca decía nada, ahora conozco de memoria esos ojos juzgadores.
Ya deambulé por el supermercado con una bebé luchando a los gritos y patadas para no sentarse en el carro con el celular en una mano y una chipa mojada de saliva en la otra. El único sentimiento desesperanzador que invadió mi ser en esa fracción de tiempo, trágame tierra, que pase rápido este momento.
Hoy me encuentro con esa mujer, y si no puedo ayudarle, intento mirarla con ojos comprensivos, con la sonrisa cómplice que me hubiese gustado que me miren a mí cuando parecía que el mundo se me venía encima.
Soy honesta. Me gusta que existan lugares sin niños. De adultos. De grandes. Porque no soy una persona que ama a los niños por su simple condición de ser personas pequeñas. Quizás eso me haga una mala persona, pero no creo que jamás le encuentre el placer a un bautismo o cumpleañitos celeste y rosa repleto de pequeños demonios pasados de azúcar.
Pero, por otro lado, me gustaría que normalicemos llevar a los hijos a todas partes. Que no siempre haya que ir a comer a los mismos lugares de comida de plástico y chatarra. Que los adultos comprendamos también que los niños son niños, que no juegan nuestras mismas reglas. Que todos fuimos así alguna vez. Que ya es difícil andar con criaturas a cuestas y tu condescendencia sólo lo hace más difícil. Que (al menos yo) estoy haciendo mi mejor esfuerzo.
En breve llega nuestra primera experiencia de avión con Awi. Ojalá el karma no me cachetee y me encuentre con una antigua versión mía en el avión. Igual, si me pasa, mi única respuesta a esa vieja Maria José será “ay amiga, si sólo supieras”.
Cookies de avena y chips de chocolate Imprimir
5 mins
10 mins
15 mins
- Una taza de avena extra fina
- Media taza de avena
- Dos cucharas soperas de almidón de maíz
- Una cucharita de polvo de hornear
- Una cucharita de canela
- Un huevo
- Dos cucharas soperas de aceite de coco
- Tres cucharas soperas de miel negra
- Una cuchara sopera de stevia
- Tres cucharas soperas de chips de chocolate 70%
- En un bowl, mezclar la avena extra fina, avena, almidón, polvo de hornear y canela.
- Combinar en otro bowl el huevo, aceite de coco, miel y stevia hasta que se integren.
- Agregar la mezcla húmeda al bowl de los secos y mezclar bien usando una cuchara o las manos húmedas. Por último, agregar los chips de chocolate.
- Dejar la masa reposando por lo menos 20 minutos en la heladera.
- Formar las galletitas con las manos. Colocar en una placa apenas aceitada y cocinar en el horno por 10 a 12 minutos. Dejar enfriar por completo antes de comer.