Siempre me causaron urticaria mental los libros de autoayuda; Coelho, Bucay, Stamateas, Padre rico Padre Pobre y todo lo que queda por el medio. Hoy, con un poco más de botox y blondor, las mismas frases hechas, ahora teñidas de rose gold y en tipografía cursiva a mano, inundan mis redes sociales. Hashtag blessed.
Me genera una inusitada ansiedad tanto positivismo, auto-superación y aceptación envuelta en filtros pasteles y mechada con fatos de detergente y skin care. Seguramente el problema soy yo, empalagada fácilmente por tanto idealismo chicloso envuelto en papel celofán.
Nadie puede enseñarme a quererme a mí misma, por más pensamiento motivador con foto “no filter” que comparta. Últimamente, mientras más real, peor me siento.
No sé si no encuentro ese optimismo mágico en mi vida, o simplemente no creo en la falsa vulnerabilidad a la merced de contar un cuento. No me veo hablando a cámara como protagonista de mi reality show personal editado por mí misma.
Me escondo un poco detrás de mis recetas y mis textos, porque acá es donde me animo ser quién soy.
Admito ocasionalmente sentir todas las envidias, las más y las menos sanas, pero esto va más allá de desear una realidad ajena. Se trata de cómo la percepción de nuestras propias vidas está distorsionada por las redes sociales.
Allí no están contabilizadas las horas de tele que vio mi hija hoy ni la comida desabrida y cocinada sin amor por razones de simple supervivencia. Allí todo es vos podés, sos hermosa, tu futuro depende de vos, cumplí tus sueños.
No quiero ser falsa, pero ¿cómo no ser falso en un mundo donde todo está editado y el simple hecho de elegir cuál fragmento de realidad publicar es una decisión consciente?
Odio que me digan influencer, no quiero llevar esa carga encima, pagar el precio de equivocarme, decir algo indebido o no estar suficientemente comprometida con las causas con las que hay que comprometerse. No quiero estar expuesta al escrutinio de nadie ni estar obligada a predicar falsa autoconfianza y una nube de pedos zen.
Amo cocinar y hablar sobre cocina. Escribir sobre lo que sea. Interactuar con gente de todo el mundo y poder pensar en esto como un verdadero trabajo. Entonces, al final del día, no sé qué soy y qué no.
Sólo sé que no sé nada. Ahí tenés tu autoayuda, Sócrates.
P.D. Esta receta fue creada especialmente para maridar con una Mahou Tostada 0,0; sin alcohol para sacarse ese antojo birrístico cualquier día de la semana. Mahou es importada en Paraguay por La Mercantil Guaraní.
Croquetitas de aceitunas y queso ibérico Imprimir
20 mins
40 mins
Una hora
- Dos papas medianas
- Media taza de aceitunas negras
- Media taza de aceitunas verdes
- Un diente de ajo
- Una cuchara sopera de pimentón picante
- 150 grs de queso ibérico (puede reemplazarse con queso sardo o parmesano)
- Tres huevos
- Una taza de harina común
- Dos tazas de panko (puede ser pan rallado)
- Media taza de mayonesa (si es casera, mejor)
- Un diente de ajo
- Medio mazo de perejil
- Una cucharita de mostaza
- Jugo de medio limón
- Sal y pimienta
- Hervir las papas con cáscara en agua con sal. Una vez que están bien blandas, pelar y pisar con un tenedor o pisapuré. Reservar.
- Mezclar en un bowl las aceitunas picadas bien finas, el ajo picado, un huevo crudo, el queso ibérico rallado, pimentón y el puré de papas. No agregar sal porque las aceitunas y el queso son bastante salados.
- Con las manos húmedas, formar pequeñas croquetitas. Mientras tanto precalentar el horno a 180 grados.
- Pasar las croquetitas por harina, luego por huevo batido y finalmente por panko. Colocarlas en un recipiente para horno con un chorrito de aceite. Cocinar durante 20 minutos o hasta que queden bien doradas. También pueden freírse en aceite muy caliente, pero al usar panko quedan muy crocantes y deliciosas horneadas.
- Para hacer la mayonesa, colocar en la licuadora o en recipiente para mixer la mayonesa, mostaza, ajo, perejil, jugo de limón, sal y pimienta. Servir con las croquetitas.