No entiendo por qué en Paraguay no tomamos más sopas frías. Sí, ya vi la cara que pusiste. ¿Cómo que sopa fría? Señor, señora, no sabe de lo que se perdió todo este tiempo.
En mi versión desde el caliente corazón de Sudamérica, donde ya pesan los 30 grados en pleno invierno, esta sopa fresca y veraniega de tomate es santo remedio para el “no querés ver en enero”; un cachetazo de brisa mediterránea que obliga a dejar de lado los preconceptos para dar oportunidad a una candidata a convertirse en favorito eterno.
El gazpacho nace en España como cualquier clásico, buscando aprovechar el pan duro y los vegetales de estación. El tiempo voló, cruzó el océano, hizo metamorfosis cien veces y hénos aquí. A nueve mil kilómetros celebrando siglos después la belleza de lo simple.
¿Cuándo fue la última vez que te animaste a probar algo nuevo? Hoy es. Ahora. Te prometo que cada bocado es una historia deliciosa esperando a escribirse.
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- Cuatro tomates bien maduros
- Un pepino, pelado y en cubitos
- Un morrón verde, sin semillas
- Un diente de ajo
- Tres cucharas de vinagre
- Una cucharita de sal
- 50 ml de aceite de oliva
- Un pan, mientras más viejo mejor
- 100 ml de agua helada
- Cebolla, pepino y crotones para servir
- Colocar todos los ingredientes en la licuadora y licuar unos minutos hasta obtener una sopa muy, muy cremosa.
- Colar para evitar grumos y que quede aún más suave.
- Refrigerar por lo menos una hora antes de servir.
- Servir bien fría, decorada con cubitos de cebolla, pepino y crotones crocantes.