Maní y miel de caña. Como casi todo en la gastronomía tradicional paraguaya, el popular ka´i ladrillo es un dulce altamente calórico. Delicioso, pero como el mbeju y la chipa, enemigo de una alimentación equilibrada y del supuesto cuerpo que, como robots fabricados en serie, todas deberíamos tener para ser consideradas hermosas en una sociedad que busca uniformarnos hasta en nuestra fisionomía.
Mis primeras barras de granola acompañaban al sándwich de atún y juguito en caja que almorzaba todos los días en cuarto grado. Ahí todavía no me importaban demasiado la balanza ni el espejo, pero no faltaba mucho para que haga mi primera dieta. Y que surta efecto el bombardeo social que desde niñas nos dice que el cuerpo con el que nacimos no es el correcto.
Debo admitir que mi autoestima siempre está en un limbo ligado directamente al reflejo del espejo. Demasiado flaca, demasiado gorda, muy fleflé, con celulitis en la cola o agobiada por haber nacido sin pechos hasta el punto de operarme a los 20 años. Sin embargo nada de esto me prepararía para enfrentarme a tener un bebé.
Durante nueve meses nunca pude evitar sentirme cohibida por ese cuerpo nuevo, que no era mío, que existía solo en función de alimentar y albergar ese ser nuevo y mágico. Un cuerpo que causaba reacciones en quien me veía hasta el punto de no poder evitar tocarme, preguntarme cuántos kilos había subido o buscar adjetivos para describir el tamaño o forma, lo flaca o lo no flaca que estaba según sus estándares aprendidos.
No quiero pecar de ser esas personas delgadas que se ven gordas porque la sociedad les aplastó el amor propio. Pero es difícil el auto-reconocimiento después de un parto. De tetas venosas de medio kilo cada una, de piel que cedió y no volvió del todo, de grasa que se juntó en un sitio nuevo, de un cuerpo que evidentemente cambió, pero no por eso es menos hermoso, menos valedero o menos sensual que el anterior.
Hace poco vi la tapa de Cosmopolitan de Tess Holliday y corrí a mostrarle a mi tía Teresa, quien siempre sufrió de obesidad, cómo de a poco estaban cambiando las cosas. No para validar un tipo de cuerpo sobre otro, pero para mostrarle que incluso la revista más machista y superficial hoy se transformaba en un instrumento para visibilizar. De decir ey, este cuerpo también existe, también es maravilloso, también es merecedor de nuestra atención.
Esta receta viene con un empujón de auto-amor, para querernos como somos y abrazar un poquitito más la flacura, gordura, curvas, huesos, estrías, pelos, y lo que sea que nos tocó como vehículo para vivir la vida.
Porque cuidar ese cuerpo es sólo quererlo cada vez más. Prometo hacer también yo el esfuerzo.
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20 mins
30 mins
- 1 taza y media avena tradicional
- ¼ de taza de quinua
- ¼ taza de semillas de girasol
- 2 cucharas soperas de chía
- 1 cucharas sopera de sésamo
- 1 cuchara sopera de semillas de lino
- 6 cucharadas soperas de mantequilla de maní
- 3 cucharas soperas de miel de caña
- 1 cucharita de stevia
- 1 clara de huevo
- Aceite en spray
- 2 cucharas soperas de maní tostado sin sal
- Un poco de maní kuí (mani en polvo) para espolvorear por encima
- Precalentar el horno a 180 grados. Lavar la quinoa en un colador bajo la canilla unos minutos para quitarle el gusto amargo.
- Mezclar en un bowl grande la avena, quinoa, chia, sésamo, lino. Agregar la mantequilla de mani, miel de caña, stevia y clara de huevo y mezclar de nuevo con las manos mojadas o una cuchara.
- Rociar con spray antiadherente y colocar papel manteca en un recipiente para horno de forma cuadrada. Verter la mezcla en el molde y aplastar con las manos hasta que quede parejo.
- Espolvorear maní kuí y el maní tostado por encima y volver a aplastar con las manos hasta que queden incrustados en la masa.
- Cocinar durante 20 minutos o hasta que los bordes comiencen a dorarse.
- Retirar del horno y dejar enfriar por completo antes de cortar.
- Una vez frío, desmoldar y cortar en rectángulos con un cuchillo con punta. Es una buena idea usar una regla para marcar los cortes y que queden parejos.
- Guardar envueltos en papel film en la heladera una semana o congelados hasta un mes.