Tortillitas

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No diría que soy exigente, pero en un mundo perfecto las tortillitas deberían ser pequeñas, crocantes, con arroz, algo de verde, un poquito esponjosas pero no harinosas, fritas pero no aceitosas, con mucho, mucho queso y si acompañan un caldo de verduras (o sopa de poroto manteca, dios mío) puedo decir que alcancé el mismo nirvana.

Odio freír. Tengo miedo del aceite que salta de la sartén y va directo al ojo, temo que rebalse la olla y se incendie la cocina y el solo pensar en fregar los trastos sucios después me saca toda gana de emprender cualquier tipo de fritanga en casa. Pero comer tortillitas tiene algo de lúdico, de infantil, de melancolía y nostalgia de ser pequeño y comer con el corazón y sin prejuicios.

Mientras cocinaba tortillitas ayer, llenando de delicioso aroma hasta la casa del vecino, Awi rondaba la cocina, buscando atención o alguien que le ponga la tele. Como estoy intentando limitar un poco las horas de pantalla (palabra clave: intentando) y noté su interés por mi actividad de poderosa fragancia, le invité un pedacito de tortilla.

Sí, contra todo lo que creí y prediqué de evitar enviciar a esta niña con frituras me dije, le invito una, capaz ni le guste. Obviamente ese primer bocado terminó en un alarido de más, más, más en lenguaje de Minion. Así, la pequeña Awi terminó merendando dos o tres tortillitas recién fritas, el momento más delicioso en la vida de una tortilla.

Por un momento me sentí un poco culpable de llenar ese cuerpito sano de harina y aceite, pero también la vida me está enseñando que siendo radical solamente termino contradiciéndome y sintiéndome hipócrita. Y nadie se murió por comer una tortillita de vez en cuando. Algunos de los mejores recuerdos de la casa de mi mamá están bañados en aroma a tortillita sumergida en caldo calentito.

Yo quiero eso para mi hija.

Basada en ningún tipo de ciencia más que mis creencias personales, creo que comer tortillitas hace bien. La vida se resume en pequeños momentos de felicidad, de darse un gusto y disfrutar sin culpa. No creo que un alimento en sí sea malo ni que uno se esté “portando mal” por comer con consciencia algo que le hace feliz. La palabra clave ahí es consciencia.

Comer conscientemente es mi meta este año, coma lo que coma, honrando el lugar de donde viene, lo que me hace sentir y las personas con las que estoy compartiendo. Honrando mi cuerpo y sus capacidades.

Así que bueno, Awi probó tortillitas y quedó anonadada. Welcome to the jungle, baby.

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Tiempo de preparación
10 mins
Tiempo de cocción
20 mins
Tiempo total
30 mins
Precio: $
Dificultad: Fácil
Porciones: 20 tortillitas
Ingredientes:
  • Una taza de leche
  • Un huevo
  • Cinco cucharas de harina común
  • Una taza de arroz hervido
  • Una taza de Queso Paraguay
  • Tres cucharas de queso sardo o queso rallado
  • Un mazo de cebollita
  • ½ mazo de perejil
  • Una cucharita de ajo en polvo
  • Sal
  • Un litro de aceite para freír
¿Qué hago?
  1. En un bowl grande, mezclar la leche y los huevos hasta que se integren. Agregar la sal y el ajo en polvo.
  2. Sin dejar de mezclar, agregar de a poco la harina para evitar que se formen grumos. Batir a mano por un minuto hasta tener una mezcla homogénea.
  3. Agregar el arroz, el queso desmenuzado con las manos y el queso de rallar. Mezclar bien.
  4. Por último, agregar el perejil y la cebollita picados bien finos. Guardar en la heladera hasta que el aceite esté bien caliente.
Tip: Un secreto es que las buenas tortillitas se cocinan en mucho aceite. Si usamos poco aceite, absorben más cantidad y quedan más pesadas.
Otro secreto es que el aceite debe estar súper caliente. Para probar la temperatura, podemos sumergir una ramita de perejil y si burbujea al instante, está listo.
  1. Con una cuchara de sopa, ir colocando la mezcla de a poco en el aceite. Sugiero no hacer más de 3 o 4 tortillitas por vez, para evitar que se peguen y se enfríe el aceite.
  2. Colocar las tortillitas en una rejilla para que se sequen. También podés usar un colador con papel de cocina, pero quedan más crocantes directamente en una rejilla.
  3. Servir inmediatamente o darles un golpe de horno antes de comer para que queden crocantes.

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