El lunes pasado arranqué una malísima semana con la horrible sensación de ¿esto nomás es mi vida? ¿Casada hace casi una década, con una hija, un perro y tres gatos, alquilando una casa y trabajando eternamente para continuar haciendo lo mismo hasta el fin de los tiempos? ¿Dónde quedó lo desconocido, lo apasionante, la libertad?
Después de días de llanto, pensamiento y distracciones (vi Modern Family y Top Chef compulsivamente) me di cuenta que era muy injusto analizar mi vida según estándares de COVID-19. Y que todo, todo, era cansancio.
En pandemia no hay parques ni guarderías donde agotar la energía, idas al súper ni abuelas ociosas que den un respiro. Hay caminar a la despensa, ver la tele, e intentar entretener a una niña de dos años mientras trabajo, manejo un blog, la casa y mi tambaleante vida en pareja.
Siempre odié el término “terrible twos” porque es una advertencia que no ayuda, no suma. Esperá nomás que no vas a dormir nunca, esperá nomás que camine, esperá nomás que hable, esperá a que cumpla dos, que adolezca… y así esperando lo peor eternamente hasta que son grandes, se van, y solo queda mirar atrás el tiempo perdido en expectativa de malos momentos a venir.
Sí, los dos y medio de Awi llegaron con una nueva y acentuada rebeldía. Con el “no” firme y pronunciado con vehemencia entre su aún escueto vocabulario, algunas estiradas de pelo a los pobres gatos, un pirevaí berrinchudo cuando pinta el sueño y alguna que otra tirada intencional de juguetes.
Pero, ¿qué podía esperar de la combinación de dos almas rebeldes? ¿Quiero una niña sumisa y complaciente? ¿O alguien que me lleve al borde de los nervios, me obligue a reevaluar quién soy, qué quiero, qué está bien y mal?
Con la nueva actitud vinieron también nuevas demostraciones de cariño, besos con ruidos y abrazos con intención. Y seguimos en pandemia, menos encerrados, pero encerrados en alma. La palabra terrible me sigue sonando fuerte, incluso para los peores momentos. Los dos son desafiantes, por momentos enloquecedores, pero terribles, no sé.
Voy a dejar a juzgarme en tiempos de pandemia. La semana pasada terminó mucho, muchísimo, mejor de lo que empezó. Esta no es la vida normal. No puedo calificar el presente cuando las nuevas reglas están escribiéndose mientras voy. Soy la mejor mamá que me sale. Algunos días soy menos peor que otros.
Sólo queda respirar. Y seguir escribiendo y sobreviviendo a la maternidad pandémica como pueda.
Brownies de aguacate Imprimir
10 mins
15 mins
25 mins
- Una taza de aguacate bien maduro pisado
- Media taza de mantequilla de almendras
- Una taza de cacao 100%
- Una cuchara de polvo de hornear
- Una cucharita de esencia de vainilla
- Una cuchara y media de stevia
- Una cuchara de miel negra
- 3 huevos
- Una cucharita de café instantáneo
- Una pizca de sal marina
- Opcional: Chips de chocolate 70%
- Precalentar el horno a 180 grados.
- Mezclar en un bowl el aguacate bien pisado, los huevos y la mantequilla de almendras hasta integrar. El aguacate puede estar marrón pero no debe estar amargo o la preparación entera tendrá gusto amargo.
- Agregar la stevia, miel y esencia de vainilla y mezclar bien.
- Añadir el polvo de hornear, café y cacao e integrar hasta que no queden grumos. Se puede tamizar el cacao para lograr una mejor textura aún.
- Colocar la mezcla en un molde para brownie y espolvorear con un poquito de sal marina. Cocinar en el horno por 15-20 minutos hasta que esté firme pero no demasiado seco. Usar un escarbadiente para medir la textura correcta; éste debe salir limpio si se introduce al brownie.
- Dejar enfriar por completo antes de cortar. Almacenar en recipiente hermético a temperatura ambiente.